El ángel que observa esta ofrenda nos transmite la esencia que subyace en el hecho de que las mujeres somos muy receptivas ante la energía de la Luna: nos hace soñar, le hablamos como si nosotras y ella fuéramos una sola, cuando nos ilumina con su luz nos llenamos de una gran paz interior o nos hace sentir un amor que va más allá de nuestros sentidos.
Cuando nos dirigimos a ella podemos percibir la conexión con el Gran Espíritu y cuando abrimos los ojos y la observamos, nos sabemos protegidas por su luz. Cuando miramos a la Luna se produce un sentimiento en todas nosotras de amor, de romanticismo, de ilusión, de esperanza. Cuánto han escrito los poetas sobre ella, tanto como los músicos han cantado su inspiración.
La Luna nos alienta y nos hace vivir, enciende nuestras pasiones hasta casi hacernos delirar con su canto silencioso y, si la vemos mecerse en el agua, nos invita a bailar, o invita a nuestro alma a flotar en el aire al compás de las notas de su música, una melodía que armoniza con los sonidos de la noche.